domingo, 5 de diciembre de 2010

Rabietas ¿buenas o malas amigas? ... (Por Katherine Mora)


Rabietas ¿buenas o malas amigas?
Todos hemos oído hablar de las rabietas. Hablamos de ellas con total normalidad, como algo completamente integrado en nuestro día a día, y los que somos padres  nos preguntamos entre nosotros “¿tú hijo ya empezado con las rabietas?”.
Ahora bien… ¿qué es una rabieta? Rabieta viene de rabia… para mí rabieta es una demostración explícita y explosiva (con rabia, con ira) de un malestar, de un desacuerdo, sea este importante o no a ojos de quien contempla la escena. Una rabieta es una reacción de enfado  violento y sin gran motivo, que puede ocurrir en un niño de cualquier edad. Normalmente frente a algún hecho que le incomoda: que se le indique algo que no desea, o al revés, que se le prohíba hacer algo que quiere (ejemplo. Un dulce o golosina, permiso para algo). Una pataleta es la gran agitación motora que frecuentemente manifiesta el niño que experimenta una rabieta (movimiento de piernas y brazos, gritos elevados y descontrolados, llanto agresivo, desmedido y furioso, vociferación de insultos u otros). Sin embargo, pueden haber rabietas sin pataletas, por ejemplo cuando en niño se “taima”, permanece en silencio total (mutismo), se aísla se hace el sordo y no se mueve, desobedeciendo cualquier orden (ejemplo: se tira al suelo y allí se queda, sin moverse y sin hablar). Más que una manifestación de enojo, las rabietas, con o sin pataletas, implican una protesta que manifiesta “yo no quiero hacer esto ahora”.  Y rabietas las tenemos todos, niños y adultos. Lo que ocurre es que a medida que vamos creciendo vamos aprendiendo a canalizar la rabia y los enfados, vamos comprendiendo de mejor forma nuestro entorno y el porque a veces las cosas no son como esperamos, y sobre todo… aprendemos a no descostrar muchas de las cosas que sentimos porque parece ser que no esta bien visto.
Pero ¿cuándo se produce una rabieta y por qué? Es una rabieta esa escena en una tienda de un niño/a gritando enfadado que quiere un juguete, lo quiere y lo quiere; o el otro que se tira al suelo porque no quiere irse del parque; o la niña que da patadas al aire mientras grita” no te quiero”; o la que se tira al suelo a manotazos. Pero también tiene una rabieta ese adulto que pega un puñetazo en la mesa mientras habla con el asesor técnico de su compañía telefónica, o el conductor que le grita y le da bocinazos al de delante porque no va más rápido. En realidad, se producen las rabietas fundamentalmente cuando nuestro enfado o nuestro malestar no encuentra una salida lógica. Cuando nos quedamos sin argumentos, cuando nuestra rabia es tan grande que sólo nos queda abrir la válvula de escape.
En los adultos pasa menos porque, como ya he dicho, somos capaces de comprender mejor las cosas que van pasando a nuestro alrededor, de otorgarles una explicación y tenemos mayor capacidad de espera. Pero en los niños no ocurren estas cosas, y aun en el caso de que comprendan, de que entiendan que tienen que esperar. La rabieta es la expresión de sus sentimientos, de la frustración que están sintiendo en ese momento porque no pueden obtener aquello que desean… y es legítimo que lo expresen. No podemos pretender que, además de amoldarse a nuestras necesidades, ritmos y tiempos, además de intentar aprehender conceptos como el tiempo y la generosidad, se queden callados, tendremos que aceptar que lo único que les queda, en muchas ocasiones, es “el derecho al pataleo”, en su más gráfica acepción.



En general coincido con Aletha Solter en que la mayor parte de las situaciones que provocan las rabietas en nuestros hijos se pueden agrupar en tres tipos:

Ø      El niño tiene una necesidad básica (hambre, sed, sueño…) que o bien no estamos viendo o bien aunque la veamos, no podemos satisfacer en este momento en este momento, imaginemos a un niño de tres años con hambre, en coche, camino a casa y en un taco… aunque sepamos que tiene hambre y lo comprendamos, probablemente no podamos solucionar el problema; lo más habitual será una rabieta por parte del niño… ¿qué haremos? ¿retarlo porque llora? ¿gritarle?... nada de lo que hagamos le saciará el hambre.
Ø      El niño tiene información insuficiente o equivocada de la situación en la que nos encontramos. O bien pensaba que íbamos a quedarnos más rato en el parque, o no comprende por qué hoy, precisamente hoy, tenemos prisa en el supermercado con lo mucho que le gusta a él le gusta jugar en el carrito, o quizás él quería comprar cereales y nosotros sólo hemos entrado por un detergente. Paramos a escuchar que es lo que quiere o necesita (quizás sea cierto que sean acabado los cereales), así como explicarle con antelación que hoy vamos corriendo porqué tenemos médico, o peluquería, o enseñarle un reloj y explicarle a que hora dejaremos el parque puede ahorrarnos un mal rato a los dos.
Ø       El niño descargar o liberar tensiones, miedos o frustraciones presentes o pasadas. Muchas veces los niños” aprovechan” cualquier mínimo detalle para entrar a una rabieta. Puede ser que estén enfadados o angustiados por cualquier otra cosa y la situación actual sólo sirva de detonante. Tal vez algo que ocurrió en la escuela, donde no se siente tan seguro como en casa, no sale hasta que esta con nosotros, en confianza absoluta. En este caso, al igual que en los anteriores, cortar la expresión de rabia no va a hacer que aumentar y dilatar en el tiempo la descarga.

Así, desde este punto de vista, no encuentro demasiadas situaciones” enrabietadas” que me parezcan dignas de reproche. Son, sencillamente, señales de alarma. Oportunidades. Para nosotros. Para intentar comprender qué nos está pidiendo nuestro hijo. Para saber si necesita algo de nosotros, tal vez algo material, pero quizás sólo una explicación para que el mundo tenga un poco más de sentido. Quizás, tal vez, sólo un poco más de tiempo con nosotros, o de tiempos a secas.
Así que, ante la pregunta de qué hacer cuando un niño tiene una rabieta, mi respuesta suele ser: nada. Es decir, comprender que es una demostración de lo que el esta sintiendo, y que por mucho que hagamos, no va a dejar de sentir. Podemos ignorarlo, reñirle, gritarle o castigarlo, y probablemente consigamos que no tenga rabietas, o que las tenga menos frecuentemente, o que las tenga menos exaltados, pero no conseguiremos que deje de sentirse mal por lo que está ocurriendo. Y conseguiremos, además, que se sienta culpable por sentirlo, cuando es absolutamente razonable que a veces se sienta disgustado. Así,  ante un episodio como los que he descrito anteriormente, o cualquier otro similar, lo mejor que podemos hacer es esperar que pase, hablar con nuestro hijo si nos deja, decirle que entendemos que se siente mal por esta o aquella razón, dar alternativas  si existen, tomarlo en brazos o sentarnos a su altura y aceptar el dolor que nos está mostrando. Al fin y al cabo, está siendo absolutamente sincero con nosotros, nos está confiando sus sentimientos y sus emociones, y no podemos hacer menos que aceptarlos. Ponernos de su parte, sufrir con ellos la frustración, ser realmente sus cómplices en un momento amargo será la mejor manera de que vayan comprendiendo el mundo, y lo harán con confianza plena en nosotros, que creceremos también  si aprovechamos la oportunidad para profundizar en la comunicación con nuestros hijos.

Se debe enseñar y hacer respetar normas claras, no contradictorias, explicitas, permanentes y constantes, creadas y mantenidas de común acuerdo entre ambos progenitores. Éstas deben incluir desde los hábitos esenciales hasta el establecimiento de horarios, el control de impulsos y la enseñanza de los comportamientos sociales esperados.
Si los adultos en interacción con el niño tienen claro qué cosas y qué comportamientos son perjudiciales para el niño y cuales le benefician le pueden decir de forma autorizada:” no, cariño, esto no lo vas a hacer” cuando se comporten más allá de los límites socialmente aceptados. Por ejemplo, si está en plena rabieta lo que más ayuda al niño es ver seguridad y afecto en los mayores, no un razonamiento. Estas normas han de ser firmes y coherentes, pensadas previamente, y han de ser por el bien del niño. Y, aunque cueste a los padres un esfuerzo, se ha de ser firme cada vez que los niños ponen a prueba los límites.

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